LA gran gala del cine mundial no es inmune a las expectativas que crea cada año. ¿Acertarán los presentadores? ¿Reflejarán las turbulencias políticas? El caso es que el mundo cinematográfico no ha estado ajeno a los avatares sociales políticos y económicos y este año ha optado por una selección justiciera entre las diez películas que optan a la más preciada de las estatuillas: el filme del año. Los analistas de The New York Times, los mordaces e inteligentes Dargis y Scott, han concluido que el cine blanco impera en plena era Obama. Y que los dramas familiares (The Fighter o Winter´s Bone) son de una blancura publicitaria. Quizás le pedimos demasiado a unos simples galardones que se convierten en una gran celebración de una industria que intenta siempre sacar pecho. Precious, producido por Oprah Winfrey, retrataba el año pasado a una familia afroamericana desestructurada y sin esperanza. Necesitada de la asistencia social y de papá Estado. Este año los actores negros no serán protagonistas de la alfombra roja, pero sí una idea sobre lo que debería ser la sociedad en los Estados Unidos.
El cine, como la gran contraseña del entretenimiento, es un escaparate cifrado de las estrategias y la cultura del país. Cuando Al Gore y Bill Clinton apostaron por las autopistas de la información en los noventa, entendieron que la General Motors tenía las horas contadas como icono de la economía y que los bienes manufacturados industriales tenían su fecha de caducidad. Y que el futuro vendría del software y de las nuevas tecnologías.
Este año parece la proclamación de un ideario político y económico que ha encontrado en la película La red social su máxima representación. Existen pocas producciones más estadounidenses que el filme de David Fincher. El Facebook, con una valoración estimada de 50.000 millones de dólares, es el ejemplo de un nuevo estilo de mercado que premia la originalidad o las competencias estratégicas de la sociedad de nuestros días. Mientras en Hong Kong una nueva película erótica rodada en 3D, está siendo la última sensación, Hollywood ha ido al corazón de su historia y ha retratado historias fascinantes y humanas.
¿Qué es, pues, Valor de ley, quizás la mejor película de las finalistas? El western y el jazz son las dos creaciones culturales más genuinamente americanas. Tanto el sonido visceral y errático de una trompeta de Nueva Orleáns como el arquetípico mítico de un héroe que se enfrenta contra la barbarie y establece su personal defensa de su tierra son dos alegorías de su sociedad. La gran película de los hermanos Coen pone en evidencia la capacidad de diálogo de las películas, y la necesidad de ahondar en sus respuestas y heridas. Así, el western, un género prácticamente ninguneado en la historia de los Oscar, dialoga con una de las obras cumbres de la historia del cine: La noche del cazador, de Charles Laughton, la metáfora de la orfandad y la pérdida de la inocencia. Una vuelta a las raíces del cine en estado puro. Porque guste o no a los estadounidenses, fueron los franceses de Cahiers dú Cinema y los directores como Truffaut quienes se rebelaron ante el gran cine estadounidense. Consideraron La noche del cazador la segunda mejor película de la historia. Y ahora, décadas después, los Coen se enorgullecen de un pasado que siempre han sabido reinterpretar y eclosionar.
Siguiendo con la estela de los Oscar, en un acercamiento sentido a la infancia, Toy Story 3, una obra en mayúscula, retorna al sentido de los valores más auténticos y saca del baúl de los recuerdos los juguetes que empleaba el ya adolescente protagonista, que no sabe qué hacer con ellos. La industria del cine no está preparada aún para reconocer la animación como uno de los grandes géneros de nuestros días. Gracias a la colaboración entre Disney y Pixar obras como WALL-E y Toy Story 3 se han colado entre la terna final. Pero, ¿alguien cree que no son merecedoras de un reconocimiento mayor de los académicos?
Dos categorías
Desde películas notables hasta obras maestras
Este año habría dos principales categorías de películas: las que se acercan a la maestría (La red social, Valor de ley, Cisne negro, Toy Story y Winter´s Bone) y las obras notables, algunas excepcionales (Origen, El discurso del rey, The Figther) e inferiores como 127 horas y Los chicos están bien. En esa doble contienda se juegan los Oscar, con unas sobresalientes candidaturas. En algunos casos, las expectativas no han sido tan brillantes como se esperaban y Origen, una producción que diseña una arquitectura visual imponente en un interesantísimo relato, ejemplifica las nuevas estrategias de las grandes productoras. Una gran estrella (llámese Leonardo DiCaprio) jugándosela contra un guión complejo y ampuloso. ¿Es verdad que algo está cambiando en Hollywood o en la sociedad estadounidense?
Es probable. El guión intenso, brillante y retóricamente inquietante de La red social es una metralleta que dispara con una rapidez que no nos tenía acostumbrado. Latigazos con contundencia. Algo así como una sucesión de tweets. Por cierto, Twitter será uno de los protagonistas de la ceremonia de entrega de premios, si los invitados deciden comentar lo que ven.
El espectador de a pie relaciona Hollywood con un montaje de pirotecnia, efectos especiales y guiones fáciles de digerir. Pero entre esos lugares comunes y caminos trillados sobresalen obras que exigen una concentración mayor. Es el caso de Origen y La red social, dos propuestas anormales que engrandecen la fuerza del parlamento y las estratagemas. El discurso del rey, una producción al estilo british que reina en Hollywood, también reivindica la capacidad de oratoria en la era primigenia de la radio. Cuando la BBC se proyectaba en la Commonwealth y ya imponía su indiscutible escuela de excelencia.
Si finalmente vence El discurso del rey, Hollywood volvería a apostar por las producciones solventes, muy británicas y con un toque de distinción, que siempre gustan tanto a los académicos, pero no tanto al público. El filme ha funcionado bien en las grandes ciudades americanas, pero no tanto en la América profunda, y el Oscar ayudaría a su promoción.
Actores y actrices
Pocas sorpresas en la 83 edición
En la categoría de la interpretación, este año todo indica que no va a ver sorpresas. Natalie Portman (Cisne negro) y Colin Firth (El discurso del rey) se han llevado todos los grandes premios y sus interpretaciones son el ejemplo de la técnica, la introspección y la confianza en el proyecto. El Firth original (no aquel que nos llega a través del doblaje) ejecuta con maestría el papel de heredero al trono atormentado, frágil, limitado, orgulloso. Y Natalie Portman está sencillamente increíble en su creación de bailarina asexuada y perfeccionista. Javier Bardem se tendrá que contentar con un gran trabajo que salva y dignifica Biutiful, que ha recibido mejor acogida en EE.UU. que en Europa. El retrato miserabilista y desequilibrado de González Iñarritu, que opta también al apartado de Mejor Película Extranjera, no parte co-mo favorito, y tampoco ayuda a que el año pasado se lo llevara una producción hispanoargentina (El secreto de sus ojos). Este año los académicos han sorprendido con la nominación de una obra tan rebelde como Canino. Griega, anarquista, libre. Una representación de una sociedad familiar muy je-rarquizada, primitivista y peligrosa. Todo el mundo daba por su-puesto que los académicos que se fijan en las películas de habla no inglesa eran conservadores, y han seleccionado una de las películas más cañeras del año entre sus finalistas. El presagio de que hay que estar preparado para las sorpresas.
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