sábado, 23 de enero de 2016

Responso para los no alineados (Carlos Alberto Montaner)

El movimiento de los no alineados debió haber sido enterrado sin honores en Cartagena de Indias. Era el escenario perfecto para desprenderse de ese inútil cadáver. Alguien con un mínimo sentido de la historia debió pronunciar el responso fúnebre y declarar disuelta esa anacrónica organización de fantasmas parlantes.

¿No alineados en relación con qué? En la década de los cincuenta, en medio de la guerra fría, Nehru y Tito, temerosos de ser víctimas del fuego cruzado de las superpotencias, cavaron una especie de trinchera diplomática para salvarse del Armagedeón que se anunciaba. Se trataba de un refugio antiatómico. Así comenzó el movimiento de los no alineados. Eran los tiempos en que Nasser proclamaba una "tercera vía", inspirada en la jerigonza paleoperonista --ni capitalismo ni comunismo sino todo lo contrario--, mientras se aceleraba la descolonización del Tercer Mundo.
Transcurrían entonces los heroicos años de las bombas en los cafés argelinos, dulcemente cantadas por Pontecorvo, y el mapa político cambiaba día a día por la súbita trasmutación de colonias injustas en repúblicas artificiales, en la medida en que Francia e Inglaterra, al compás de los tan-tan africanos, se retiraban a marcha forzada a sus cuarteles europeos, ante la expectante mirada de unos Estados Unidos y una Unión Soviética que afilaban sus mejores cohetes en una extraña danza prebélica. Ceremonia que alcanzó su mayor vistuosidad en octubre de 1962, cuando Nikita Kruschev y John F. Kennedy estuvieron a punto de destruir medio planeta con el homicida entuasiasmo del comandante Castro: "bombardee, Camarada Kruschev --telegrafió el máximo líder ya con el casco puesto--, que el pueblo cubano está decidido a morir por la causa del socialismo". Afortunadamente, el campesino ucraniano estaba considerablemente menos loco que su amiguito caribeño, recogió los matules atómicos y pactó con los gringos una paz precaria y asustadiza que se prolongó durante treinta años de sobresaltos y pasiflorina.
¿Qué queda de aquella tensa cosmovisión que le dio vida a los no-alineados? Nada. Absolutamente nada. La URSS no existe, y Rusia, su hija putativa, ya no lucha por conquistar el mundo, sino por comprarse una lavadora y comer decentemente tres veces al día, empresa aparentemente mucho más difícil que poner en órbita a un desconsolado terrícola. Tampoco sobrevive el mito de la tercera vía. La equivalencia era falsa en el terreno económico y totalmente perversa en el moral. La tercera vía no llevaba a la prosperidad sino al desastre. Le ocurrió a la India, a Tanzania, a Egipto, a la Argentina, a Perú y a cuanto país del Tercer Mundo intentó cruzar el nacionalismo antioccidental con el estatismo y la planificación. La criatura resultante tenía la cabeza corrupta, el estómago desabastecido, la inflación le corroía los huesos del bolsillo, nadie lo empleaba y solía vivir en estado de comatosa pobreza: un pobre monstruo.
Si eso ocurría en el plano material, en el de las abstracciones era aún peor. Desde el punto de vista ético resultaba un perfecto despropósito proclamar la equidistancia moral frente a los dos polos políticos que se disputaban la supremacía del globo. La URSS y el bloque comunista habían constituido unos sangrientos manicomios que sólo en un acto de supremo cinismo podían compararse a las naciones que, entonces, y con razón, se llamaban "mundo libre". Y la prueba cartesiana en la que se sustenta esta afirmación se podía deducir muy fácilmente del signo de las migraciones y de las funciones que ejercían las fronteras en ambos universos. Los comunistas tenían que ponerles muros a sus ciudadanos para que no escaparan despavoridos de los paraísos del proletariado. Las democracias, en cambio, sin mucho éxito, trataban de sellar sus puertas para evitar que una impaciente riada migratoria arrasara con la estabilidad social. No querer ver la dirección de la estampida --como ocurría entre los No Alineados-- era un acto de voluntaria indiferencia ante la realidad más elocuente. Una agresión al sentido común y a los valores morales más elementales.
¿Qué justificación puede tener hoy no alinearse con las treintas naciones más prósperas del planeta y continuar proclamando como un anhelo virtuoso una suerte de originalidad primitiva que no tiene otro destino que el fracaso? No hay, al menos en nuestros días, sustituto para la economía de mercado, la democracia liberal, el cultivo de la ciencia, la pasión por la modernidad y la práctica furiosa del comercio nacional e internacional. Rechazar este modelo es condenarse al atraso y a la marginación. Alentar una visión conflictiva Norte/Sur, como reemplazo de la vieja doctrina de la neutralidad no- alineada, como parece que sucedió en Cartagena, es empeñarse en no entender qué ocurrió en el planeta tras la desaparición del comunismo real en Europa y es echar las bases de futuras frustraciones.
¿Qué tiempo más durará este excéntrico foro? Me temo que mucho. Lamentablemente, no va a desaparecer como consecuencia de un análisis desapasionado del panorama mundial. Esos milagros de humilde racionalidad no suelen ocurrir. Todavía sirve para practicar el arte de la declamación, para ensayar gestos demagógicos y para buscar chivos expiatorios con los cuales explicar nuestros desastres. Por un buen periodo seguirá existiendo, más o menos como esos brazos fantasmas que se empeñan en doler aún cuando ya han sido amputados. Y es una lástima, porque era un buen momento para cerrar el circo y despedir cortésmente a los enanos. El público, sencillamente, se aburre demasiado con ese absurdo espectáculo.

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