Conviene eliminar imediatamente una tentación existente: la de derivar la política de la economía. Lo enunció así el gran economista George J. Stiglir en «The Economist as preacher»en 1982: la principal «lección que extraigo de nuestra experiencia como predicadores es que somos bien recibidos en la medida en que predicamos lo que la sociedad desea oír».
Por eso en Gran Bretaña, con el rescoldo de la Gran Depresión mezclado con el trauma de la II Guerra Mundial se deseaba oír de los economistasel mensaje que Keynes había culminado con su «Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero» y todo lo que de ella se desprendía para enlazar con el Estado del Bienestar.
Esto se iba aclarando progresivamente por la organización política laborista que enlazaba con la Sociedad Fabiana. Aunque según Hayk, Beveridge no sabía economía a fondo, sus dos Libros Blancos pasaron a enlazar lo que la sociedad británica deseaba y lo que parecían exponer los economistas. Recuérdese el contenido del libro del, por otra parte premio Nobel de Economía, Arthur Lewis, «La Planeación Económica». En el neokeysianismo «circo de Cambridge», por ejemplo de la mano de Sraffa y Joan Robinson surgía una especie de resurrección de Carlos Marx.
El gran papel de Margaret Thatcher fue triple. Por un lado, renovar las posibilidades de un sistema económico basado en la economía de libre de mercado. Recogía, de algún modo, aquella frase de Keynes, en vísperas de su muerte, sobre esos neokeynesianos francamente socialistas: «Son unos tontos». Y se atrevió a poner esto en acción. La realidad más clara se mostró en su resistencia victoriosa en el conflicto con los mineros, pero no fue la única. La segunda fue su acción sorda, pero tenaz, contra las exigencias de la Comunidad Económica Europea. Los problemas planteados por ella se encuentran entre los principales que motivaron, como señalanRamón Tamames y Mónica López, «prácticamente que el tema de la Unión Política no volviera a plantearse». Es el fundamento del llamado, y logrado por Margaret Thatcher, «cheque británico».
Mucho la criticaron ciertos economistas. No tuvieron en cuenta aquello que dice Schumpeter en su «Business Cycles»: «Es irracional esperar que el economista prediga correctamente lo que sucederá en realidad, como lo sería esperar que un médico pronosticase cuando sufriría un paciente un accidente de carretera y cómo afectaría este a su estado de salud». Margaret Thatcher no jugó a economista y sí a gran política. Por eso, sencillamente, eliminó riesgos en la carretera del Reino Unido.
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