Por David Page Polo @davidpage >> La aparición y expansión de internet alentó los sueños bienintencionados de muchos sobre la inevitable extensión de la democracia gracias a que la gran Red era imposible de controlar. Entre el ciberutopismo y el ciberrealismo (digamos escepticismo), los expertos debaten sobre las oportunidades democratizadoras de las redes sociales. De Castells a Morozov, hacemos un repaso de algunos de los últimos libros que abordan la relación entre internet y política.
Sea por ingenua ilusión o por ilusionismo interesado, pero todos los avances tecnológicos han venido acompañados en los últimos siglos de ensoñaciones sobre su capacidad para el cambio social (cambio a mejor, se entiende). El mismísimo Karl Marx auguró que el ferrocarril sería el detonante definitivo que acabaría con el sistema de castas de la India; el telégrafo se vio como el catalizador que pondría fin a los prejuicios entre naciones y, por tanto, a las hostilidades; el avión haría imposible que se produjeran nuevas guerras por facilitar no solo el transporte, también el entendimiento entre pueblos; y hubo quien predijo con la llegada tanto de la radio como de la televisión que serían garantía de la paz mundial y de la extensión planetaria de la democracia. Los resultados, ya los conocemos. Los voluntarismos en torno a tanta tecnoutopía parece que no aguantan, al menos hasta ahora, un somero examen de contraste con la realidad.
La aparición de internet, y su extensión a todo el globo, también conllevó (e incluso aún conlleva) la defensa de un ciberutopismo que daba por hecho que la conexión en tiempo real entre personas y el acceso generalizado y aparentemente libre a tantísima información darían al traste con el control social por parte de los poderes tradicionales. No cabe duda de que la llegada de internet, y en concreto del web 2.0 (con las redes sociales como grandes baluartes), ha creado un nuevo contexto de comunicación entre los ciudadanos y también entre ciudadanos y gobiernos; ha democratizado parcialmente el proceso informativo, convirtiendo al que antes era simple receptor de mensajes también en productor de contenidos (prosumers, produsers... y otros palabros se utilizan para denominar esta nueva figura); ha propiciado eso que muchos celebran como periodismo ciudadano y que supuestamente acota el dominio cuasi absoluto de los medios de comunicación al uso; ha aupado las ansias de una mayor transparencia de los poderes públicos aunque aún no se haya concretado en un verdadero open government...
Cambios a mejor, sí; al menos aparentemente. Pero son muchos los que no ven (y ni siquiera esperan) que internet se convierta en un catalizador definitivo para extender la democracia, ya sea en forma de los sistemas liberales que conocemos en Occidente o de otro tipo de modelos participativos de nuevo cuño que ahora muchos propugnan. "La red lleva años suscitando unas ilusiones de democratización que no se corresponden del todo con los resultados esperados. Nos habían anunciado la accesibilidad de la información, la eliminación de los secretos y la disolución de las estructuras de poder, de tal modo que parecía inevitable avanzar en la democratización de la sociedad", explica Daniel Innenarity, catedrático de Filosofía Política y Social, prolífico autor y coordinador de Internet y el futuro de la democracia (Paidós). "Los resultados no parecen estar a la altura de lo anunciado y ya se formulan las primeras teorías de dicha desilusión que pretenden demostrar el mito de la democracia digital".
Internet ha supuesto una verdadera revolución para las relaciones personales, ha acelerado aún más las relaciones económicas y, quizá menos de lo que muchos esperaban (pero más de lo que otros muchos deseaban), ha matizado las relaciones políticas entre ciudadano y gobierno, haciéndolas más horizontales (un poco) al conseguir dar voz y altavoz a los ciudadanos. Google da acceso a toda la información publicada. La blogosfera convierte al ciudadano en productor libre de contenidos accesibles a escala global. A través de Facebook y Twitter podemos entrar en contacto en tiempo real con gentes de todo el mundo. Youtube pone toda la fuerza de la imagen a disposición del más común de los internautas... ¿Todo ello es garantía del poder democratizador de internet? ¿Son realmente útiles los blogs y las redes sociales para el desarrollo y la expansión de la democracia?
La democrática internet en manos de quién
"La Doctrina Google (la fe entusiasta en el poder liberador de la tecnología, acompañada por el irresistible impulso de alistar a las nuevas empresas de Silicon Valley en la lucha global por la libertad) posee cada vez más atractivo para los diseñadores de políticas", apunta con sarcasmo Evgeny Morozov, uno de los principales azotes del ciberutopismo en sus tribunas en periódicos de medio mundo y autor de El desengaño de internet (Destino). Sin embargo, "Occidente ha tardado en descubrir que la lucha por la democracia no se ganó en 1989. Durante dos décadas ha estado durmiendo en sus laureles, a la espera de que Starbucks, MTV y Google se encargaran del resto. Este enfoque liberal de la democratización ha demostrado su impotencia ante al autoritarismo floreciente que se ha adaptado de manera magistral a este nuevo mundo hiperglobalizado".
Y es que Morozov contrapone la buena voluntad de los ciberutópicos -a su juicio injustificada- al pragmatismo que han demostrado los regímenes autoritarios haciendo uso de las nuevas tecnologías para sus propios fines, mostrándose más que eficientes en la utilización de internet para poner coto a las ansias democratizadoras de sus ciudadanos, tanto a través de la censura como a través de la propaganda más o menos evidente. "Los ciberutopistas, que no previeron la reacción de los gobiernos autoritarios a internet, tampoco predijeron lo útil que resultaría para los propósitos propagandísticos de éstos, la maestría con que los dictadores aprenderían a utilizarlo para vigilar a sus súbditos, ni hasta qué punto se perfeccionarían los sistemas modernos de censura en internet", subraya Morozov.
"La mayoría de los ciberutopistas se ciñeron al discurso populista según el cual la tecnología dota de poder al pueblo, que, oprimido por años de gobierno autoritario, se rebelará inevitablemente, automovilizándose a base de mensajes de texto, Facebook, Twitter y las herramientas que surjan el año que viene (al pueblo, es preciso comentarlo, le encantan estas teorías)", sentencia. De hecho, según Morozov, la denominada revolución Twitter que se desató en Irán en 2009 (como la que recibió el mismo nombre en Moldavia) solo sirvió para engordar la autocomplacencia occidental en torno a las posibilidades de internet y las redes sociales, pero en la práctica la movilización de los iraníes puso sobre aviso a otros regímenes dictatoriales o autoritarios, como China o Rusia, que ahora coartan aún más la actividad de sus ciudadanos en el ciberespacio.
En el mismo sentido lanza su alerta también Innerarity: "Las redes sociales son, por supuesto, un factor de democratización, pero también muchas cosas más. (...) los observadores occidentales han dado por supuesto que los dictadores no podrían poner internet a su servicio porque pensaban que la descentralización del poder promovida por internet era un fenómeno universal, una lógica sin excepciones, y no una lógica propia de nuestras democracias". Y es que "la creencia de que internet es demasiado grande para la censura resulta peligrosamente ingenua", sentencia Morozov.
Los nuevos movimientos sociales en la 'sociedad red'
Los movimientos sociales han sido a lo largo de la historia detonante y acicate para el progreso social y, en su caso, para los avances democráticos. La acción social para el cambio social requiere de un proceso de comunicación previo que ponga en contacto a los individuos y les haga compartir su indignación y encontrar en el apoyo mutuo y en la multitud un antídoto contra el miedo a levantarse. Manuel Castells, el sociólogo español más reconocido e influyente en el ámbito internacional actualmente, entiende que internet y sus redes horizontales han transformado ese proceso de comunicación necesario para la movilización emocional. Es ese nuevo modelo de autocomunicación de masas (masivo pero basado en la autoorganización de los individuos) el que condiciona las relaciones de poder en la nueva sociedad red de la era de internet, según las tesis de Castells, catedrático en varias universidades de EEUU, Francia y España.
"La influencia de la comunicación instantánea por las redes horizontales, y cada vez más inalámbricas y móviles, ha sido fundamental para el cambio social en todo el mundo en los últimos diez años. Han permitido a los ciudadanos intervenir decisivamente en el sistema político de forma relativamente espontánea", explicaba Castells durante la presentación hace algo más de un año de Comunicación y poder (Alianza Editorial), el título con el que revisitaba y actualizaba el modelo expuesto en su trilogía de los noventa sobre la era de la información. "La esfera pública, el espacio público, se ha reconstituido fuera de las instituciones en la comunicación en todas sus versiones. La capacidad de cambio se produce en ese espacio de comunicación, que es donde una nueva sociedad civil se constituye", sostenía en referencia al nuevo espacio que han creado internet y las redes de comunicación instantánea que en ella se desarrollan.
Democracias asentadas y dictaduras que lo estaban tanto o más se han visto sacudidas en los últimos años por movimientos de regeneración democrática que han tenido en las redes sociales un instrumento crucial para su desarrollo, organización y difusión. Las revoluciones de la Primavera árabe, los indignados del 15M español, el movimiento Occupy Wall Street... encontraron en el ciberespacio la gran herramienta para el desarrollo de sus nuevas dinámicas. Del mismo modo que el Mayo del 68 francés, la Primavera de Praga o la toma de Tiananmen no tuvieron su origen en las octavillas, resulta poco creíble (acaso ridículo) pensar que los movimientos de los últimos años encuentran su desencadenante en Twitter, Facebook o Youtube.
"Ni internet ni ninguna otra tecnología puede ser origen de una causalidad social. Los movimientos sociales surgen de las contradicciones y conflictos de sociedades específicas. Sin embargo, es fundamental hacer hincapié en el papel decisivo de la comunicación en la formación y práctica de los movimientos sociales", sostiene Castells en su último título, Redes de indignación y esperanza (también en Alianza). "Las personas sólo pueden desafiar a la dominación conectando entre sí, compartiendo la indignación (…) Y la forma fundamental de comunicación horizontal a gran escala en nuestra sociedad se basa en Internet y las redes inalámbricas".
¿Un nuevo activismo pop?
Aunque en todos los movimientos analizados en el libro de Castells (de Túnez a Wall Street, de Madrid a Egipto) la ocupación física del espacio público y la comunicación cara a cara y asamblearia fueron cruciales, "las redes de comunicación digital son un elemento indispensable en la práctica y la organización de estos movimientos (...) Las redes sociales digitales basadas en internet y en plataformas inalámbricas son herramientas decisivas para movilizar, organizar, deliberar, coordinar y decidir", apunta el reputado sociólogo. Pero además de su aspecto instrumental, "hay una conexión fundamental, más profunda, entre internet y los movimientos sociales en red: comparten una cultura específica, la cultura de la autonomía [la de situarse al margen del marco institucional tradicional], la matriz cultural fundamental de las sociedades contemporáneas".
En paralelo, son muchos los que celebran las oportunidades que ofrecen las redes sociales, las comunidades o las bitácoras para la difusión y la organización de acciones de reivindicación política y social. Son muchos los que ven la llegada de este ciberactivismo como una nueva etapa de los movimientos sociales. Y sin embargo, algunos autores advierten de los riesgos que conlleva este nuevo activismo pop para la verdadera movilización. Firmar una carta online y enviársela a las autoridades, reenviar un vídeo a tus contactos de correo electrónico, clicar Me gusta en Facebook, retuitear los mensajes reivindicativos de otros... Acciones todas que pueden tranquilizar las conciencias de algunos, hacerles sentir satisfechos por la colaboración prestada con un clic, y a la postre invitarles a despreciar la práctica y la movilización en el mundo real.
Slacktivism (activismo fácil) o clicktivism (activismo de clic) lo llaman los anglosajones críticos. Cloud activism (activismo en la nube) lo ha denominado Evgeny Morozov. Y en su formulación más castiza Luis Arroyo, presidente de la consultora Asesores de Comunicación Pública y autor de El poder político en escena (RBA), lo ha tachado de sofactivismo, activismo de sofá. Unos términos que reflejan las dudas sobre la efectividad de este tipo de movilización online, sobre la que algunos temen que alimente más el conformismo y la poltrona, y poco las dinámicas de cambio real.
En cualquier caso, al margen de la eficacia y los resultados obtenidos en la vida real por el ciberactivismo (no, no hablamos de hackers), la capacidad de difusión y concienciación a través de las redes sociales como nuevo canal parece evidente. "Cuánto más consigue el movimiento transmitir su mensaje en las redes de comunicación, mayor es la conciencia ciudadana, más se convierte la esfera pública de la comunicación en terreno de contestación y menor será la capacidad de los políticos para incorporar las reivindicaciones y demandas con meros ajustes", sostiene Manuel Castells. "La batalla definitiva por el cambio social se decide en las mentes de las personas y en este sentido los movimientos sociales en red han experimentado un gran avance a nivel internacional".
Twitter y la comunicación política
"Twitter no es una red social sino una herramienta de comunicación. Twitter es como la electricidad, uno puede utilizarlo como quiera. Todo el mundo lo emplea: las celebrities, las personas anónimas; y por todo tipo de razones: médicas, educativas, personales y políticas también. Twitter favorece la democracia directa. Es una revolución social y cultural que acerca a los ciudadanos al poder", ha llegado a decir Jack Dorsey, uno de los principales defensores de las bondades de Twitter y además... su creador en 2006. Son muchos los políticos que han encontrado en esta red de microblogging una plataforma para la comunicación más o menos directa con el ciudadano (Bien). Y muchos son también los que lo utilizan cada cuatro años como un mero canal de difusión de eslóganes que se desconecta tras las elecciones (Mal).
Barack Obama es el político estrella en Twitter: tiene más de 26 millones de seguidores, es autor del tuit más retuiteado de la historia (Four more years escribió la noche de su segunda victoria electoral), utiliza la red para presionar directamente a sus rivales republicanos para evitar el abismo fiscal… Toda una estrella y uno de los responsables de que se haya puesto de moda la llamada twitdiplomacia. Todo lo que toca Obama parece erigirse en una manifestación de la excelencia en la comunicación política (al menos para los profanos en la materia, gracias a la gran bola de nieve que alimentan los medios de comunicación) y, con ello, Twitter es considerado por muchos como una herramienta ya ineludible y con propiedades casi mágicas para el poder político.
"¿Por qué políticos, gobiernos y movimientos sociales deben estar en Twitter? La respuesta es sencilla: políticos y gobiernos a través de esta red pueden compartir, conversar, escuchar, reducir el tiempo de espera y crear una relación más directa con el ciudadano", apuntan María Jesús Fernández Torres y Francisco Javier Paniagua en uno de los textos que integran La comunicación política y las nuevas tecnologías (Los Libros de la Catarata). "A través de estos nuevos medios de comunicación 2.0 personas y partidos tienen en sus manos la posibilidad y el poder de informar e influir. El nuevo grito de guerra en la comunicación es escuchar, mantener una actitud 2.0 capaz de interesarse por las conversaciones de los electores", dicen Manuel Alonso y Ángel Adell en Marketing Político 2.0 (Gestión 2000 / Planeta). "Si los votantes piensan que has dejado de escuchar, estás hundido", sentencian los autores.
Roberto Rodríguez, director de Grupo Amma, y Daniel Ureña, socio director de MAS Consulting, publicaron hace unos meses el informe Diez razones para el uso de Twitter como herramienta en la comunicación política y electoral. Un decálogo de motivos que se resume en que Twitter aporta (todavía) imagen de modernidad; permite la conversación con el ciudadano; los usuarios son 'líderes de opinión' en sus entornos; es una herramienta de comunicación interna y genera continuidad; es ya el medio más pegado a la actualidad; es fuente de información para periodistas y una vía para mejorar la relación con ellos; ayuda los políticos a pensar y hablar en forma de titulares y así ser mejor portavoces; humaniza a los políticos y aumenta la empatía hacia ellos; es un termómetro social; y su uso puede ser útil en campaña aunque esté por ver si ayuda a ganar las elecciones.
Luis Arroyo, también consultor político, replicó en su blog personal al decálogo de Rodríguez y Ureña con Diez razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política, y unos días después completó la respuesta con Otras ocho razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política. "Twitter es un entretenido divertimento, pero no sirve en realidad para mucho en la comunicación de candidatos y gobiernos con el público", resume Arroyo. El consultor justifica su escepticismo, entre otros aspectos, en la imposibilidad de conversar con los seguidores si son muchos (¿puede hacerlo Obama con 26 millones de followers?) y al final el proceso sigue siendo unidireccional; en que Twitter sirve para compartir información pero no para movilizar, por lo que miles de tuits tienen menos efecto que un acción en el mundo real; en que Twitter tiene resonancia real solo cuando su contenido accede a los medios de comunicación tradicionales; en que los que siguen a un político ya están convencidos, a su favor o en su contra, pero convencidos previamente; en que tener una cuenta en Twitter no implica que se esté todo el día atendiéndola; en que, a pesar de su éxito popular, la inmensa mayoría de la población aún no está ahí...
Entre ciberutópicos y ciberescépticos aún existe un punto medio que reconoce las virtudes de las redes sociales para la participación y la expresión de ideas políticas pero que desconfía de dar por seguro que vayan a remover los cimientos del sistema de forma de definitiva. Si ninguna otra tecnología ha revolucionado de cabo a rabo la política ni ha llevado la democracia a todos los rincones del planeta, ¿por qué iba a hacerlo internet? Pero, si los ciudadanos no se valen de las redes sociales u otras nuevas tecnologías (también las que estén por llegar) para canalizar su indignación y sus ansias de cambio, ¿solo queda conformarnos?
Sea por ingenua ilusión o por ilusionismo interesado, pero todos los avances tecnológicos han venido acompañados en los últimos siglos de ensoñaciones sobre su capacidad para el cambio social (cambio a mejor, se entiende). El mismísimo Karl Marx auguró que el ferrocarril sería el detonante definitivo que acabaría con el sistema de castas de la India; el telégrafo se vio como el catalizador que pondría fin a los prejuicios entre naciones y, por tanto, a las hostilidades; el avión haría imposible que se produjeran nuevas guerras por facilitar no solo el transporte, también el entendimiento entre pueblos; y hubo quien predijo con la llegada tanto de la radio como de la televisión que serían garantía de la paz mundial y de la extensión planetaria de la democracia. Los resultados, ya los conocemos. Los voluntarismos en torno a tanta tecnoutopía parece que no aguantan, al menos hasta ahora, un somero examen de contraste con la realidad.
La aparición de internet, y su extensión a todo el globo, también conllevó (e incluso aún conlleva) la defensa de un ciberutopismo que daba por hecho que la conexión en tiempo real entre personas y el acceso generalizado y aparentemente libre a tantísima información darían al traste con el control social por parte de los poderes tradicionales. No cabe duda de que la llegada de internet, y en concreto del web 2.0 (con las redes sociales como grandes baluartes), ha creado un nuevo contexto de comunicación entre los ciudadanos y también entre ciudadanos y gobiernos; ha democratizado parcialmente el proceso informativo, convirtiendo al que antes era simple receptor de mensajes también en productor de contenidos (prosumers, produsers... y otros palabros se utilizan para denominar esta nueva figura); ha propiciado eso que muchos celebran como periodismo ciudadano y que supuestamente acota el dominio cuasi absoluto de los medios de comunicación al uso; ha aupado las ansias de una mayor transparencia de los poderes públicos aunque aún no se haya concretado en un verdadero open government...
Cambios a mejor, sí; al menos aparentemente. Pero son muchos los que no ven (y ni siquiera esperan) que internet se convierta en un catalizador definitivo para extender la democracia, ya sea en forma de los sistemas liberales que conocemos en Occidente o de otro tipo de modelos participativos de nuevo cuño que ahora muchos propugnan. "La red lleva años suscitando unas ilusiones de democratización que no se corresponden del todo con los resultados esperados. Nos habían anunciado la accesibilidad de la información, la eliminación de los secretos y la disolución de las estructuras de poder, de tal modo que parecía inevitable avanzar en la democratización de la sociedad", explica Daniel Innenarity, catedrático de Filosofía Política y Social, prolífico autor y coordinador de Internet y el futuro de la democracia (Paidós). "Los resultados no parecen estar a la altura de lo anunciado y ya se formulan las primeras teorías de dicha desilusión que pretenden demostrar el mito de la democracia digital".
Internet ha supuesto una verdadera revolución para las relaciones personales, ha acelerado aún más las relaciones económicas y, quizá menos de lo que muchos esperaban (pero más de lo que otros muchos deseaban), ha matizado las relaciones políticas entre ciudadano y gobierno, haciéndolas más horizontales (un poco) al conseguir dar voz y altavoz a los ciudadanos. Google da acceso a toda la información publicada. La blogosfera convierte al ciudadano en productor libre de contenidos accesibles a escala global. A través de Facebook y Twitter podemos entrar en contacto en tiempo real con gentes de todo el mundo. Youtube pone toda la fuerza de la imagen a disposición del más común de los internautas... ¿Todo ello es garantía del poder democratizador de internet? ¿Son realmente útiles los blogs y las redes sociales para el desarrollo y la expansión de la democracia?
La democrática internet en manos de quién
"La Doctrina Google (la fe entusiasta en el poder liberador de la tecnología, acompañada por el irresistible impulso de alistar a las nuevas empresas de Silicon Valley en la lucha global por la libertad) posee cada vez más atractivo para los diseñadores de políticas", apunta con sarcasmo Evgeny Morozov, uno de los principales azotes del ciberutopismo en sus tribunas en periódicos de medio mundo y autor de El desengaño de internet (Destino). Sin embargo, "Occidente ha tardado en descubrir que la lucha por la democracia no se ganó en 1989. Durante dos décadas ha estado durmiendo en sus laureles, a la espera de que Starbucks, MTV y Google se encargaran del resto. Este enfoque liberal de la democratización ha demostrado su impotencia ante al autoritarismo floreciente que se ha adaptado de manera magistral a este nuevo mundo hiperglobalizado".
Y es que Morozov contrapone la buena voluntad de los ciberutópicos -a su juicio injustificada- al pragmatismo que han demostrado los regímenes autoritarios haciendo uso de las nuevas tecnologías para sus propios fines, mostrándose más que eficientes en la utilización de internet para poner coto a las ansias democratizadoras de sus ciudadanos, tanto a través de la censura como a través de la propaganda más o menos evidente. "Los ciberutopistas, que no previeron la reacción de los gobiernos autoritarios a internet, tampoco predijeron lo útil que resultaría para los propósitos propagandísticos de éstos, la maestría con que los dictadores aprenderían a utilizarlo para vigilar a sus súbditos, ni hasta qué punto se perfeccionarían los sistemas modernos de censura en internet", subraya Morozov.
"La mayoría de los ciberutopistas se ciñeron al discurso populista según el cual la tecnología dota de poder al pueblo, que, oprimido por años de gobierno autoritario, se rebelará inevitablemente, automovilizándose a base de mensajes de texto, Facebook, Twitter y las herramientas que surjan el año que viene (al pueblo, es preciso comentarlo, le encantan estas teorías)", sentencia. De hecho, según Morozov, la denominada revolución Twitter que se desató en Irán en 2009 (como la que recibió el mismo nombre en Moldavia) solo sirvió para engordar la autocomplacencia occidental en torno a las posibilidades de internet y las redes sociales, pero en la práctica la movilización de los iraníes puso sobre aviso a otros regímenes dictatoriales o autoritarios, como China o Rusia, que ahora coartan aún más la actividad de sus ciudadanos en el ciberespacio.
En el mismo sentido lanza su alerta también Innerarity: "Las redes sociales son, por supuesto, un factor de democratización, pero también muchas cosas más. (...) los observadores occidentales han dado por supuesto que los dictadores no podrían poner internet a su servicio porque pensaban que la descentralización del poder promovida por internet era un fenómeno universal, una lógica sin excepciones, y no una lógica propia de nuestras democracias". Y es que "la creencia de que internet es demasiado grande para la censura resulta peligrosamente ingenua", sentencia Morozov.
Los nuevos movimientos sociales en la 'sociedad red'
Los movimientos sociales han sido a lo largo de la historia detonante y acicate para el progreso social y, en su caso, para los avances democráticos. La acción social para el cambio social requiere de un proceso de comunicación previo que ponga en contacto a los individuos y les haga compartir su indignación y encontrar en el apoyo mutuo y en la multitud un antídoto contra el miedo a levantarse. Manuel Castells, el sociólogo español más reconocido e influyente en el ámbito internacional actualmente, entiende que internet y sus redes horizontales han transformado ese proceso de comunicación necesario para la movilización emocional. Es ese nuevo modelo de autocomunicación de masas (masivo pero basado en la autoorganización de los individuos) el que condiciona las relaciones de poder en la nueva sociedad red de la era de internet, según las tesis de Castells, catedrático en varias universidades de EEUU, Francia y España.
"La influencia de la comunicación instantánea por las redes horizontales, y cada vez más inalámbricas y móviles, ha sido fundamental para el cambio social en todo el mundo en los últimos diez años. Han permitido a los ciudadanos intervenir decisivamente en el sistema político de forma relativamente espontánea", explicaba Castells durante la presentación hace algo más de un año de Comunicación y poder (Alianza Editorial), el título con el que revisitaba y actualizaba el modelo expuesto en su trilogía de los noventa sobre la era de la información. "La esfera pública, el espacio público, se ha reconstituido fuera de las instituciones en la comunicación en todas sus versiones. La capacidad de cambio se produce en ese espacio de comunicación, que es donde una nueva sociedad civil se constituye", sostenía en referencia al nuevo espacio que han creado internet y las redes de comunicación instantánea que en ella se desarrollan.
Democracias asentadas y dictaduras que lo estaban tanto o más se han visto sacudidas en los últimos años por movimientos de regeneración democrática que han tenido en las redes sociales un instrumento crucial para su desarrollo, organización y difusión. Las revoluciones de la Primavera árabe, los indignados del 15M español, el movimiento Occupy Wall Street... encontraron en el ciberespacio la gran herramienta para el desarrollo de sus nuevas dinámicas. Del mismo modo que el Mayo del 68 francés, la Primavera de Praga o la toma de Tiananmen no tuvieron su origen en las octavillas, resulta poco creíble (acaso ridículo) pensar que los movimientos de los últimos años encuentran su desencadenante en Twitter, Facebook o Youtube.
"Ni internet ni ninguna otra tecnología puede ser origen de una causalidad social. Los movimientos sociales surgen de las contradicciones y conflictos de sociedades específicas. Sin embargo, es fundamental hacer hincapié en el papel decisivo de la comunicación en la formación y práctica de los movimientos sociales", sostiene Castells en su último título, Redes de indignación y esperanza (también en Alianza). "Las personas sólo pueden desafiar a la dominación conectando entre sí, compartiendo la indignación (…) Y la forma fundamental de comunicación horizontal a gran escala en nuestra sociedad se basa en Internet y las redes inalámbricas".
¿Un nuevo activismo pop?
Aunque en todos los movimientos analizados en el libro de Castells (de Túnez a Wall Street, de Madrid a Egipto) la ocupación física del espacio público y la comunicación cara a cara y asamblearia fueron cruciales, "las redes de comunicación digital son un elemento indispensable en la práctica y la organización de estos movimientos (...) Las redes sociales digitales basadas en internet y en plataformas inalámbricas son herramientas decisivas para movilizar, organizar, deliberar, coordinar y decidir", apunta el reputado sociólogo. Pero además de su aspecto instrumental, "hay una conexión fundamental, más profunda, entre internet y los movimientos sociales en red: comparten una cultura específica, la cultura de la autonomía [la de situarse al margen del marco institucional tradicional], la matriz cultural fundamental de las sociedades contemporáneas".
En paralelo, son muchos los que celebran las oportunidades que ofrecen las redes sociales, las comunidades o las bitácoras para la difusión y la organización de acciones de reivindicación política y social. Son muchos los que ven la llegada de este ciberactivismo como una nueva etapa de los movimientos sociales. Y sin embargo, algunos autores advierten de los riesgos que conlleva este nuevo activismo pop para la verdadera movilización. Firmar una carta online y enviársela a las autoridades, reenviar un vídeo a tus contactos de correo electrónico, clicar Me gusta en Facebook, retuitear los mensajes reivindicativos de otros... Acciones todas que pueden tranquilizar las conciencias de algunos, hacerles sentir satisfechos por la colaboración prestada con un clic, y a la postre invitarles a despreciar la práctica y la movilización en el mundo real.
Slacktivism (activismo fácil) o clicktivism (activismo de clic) lo llaman los anglosajones críticos. Cloud activism (activismo en la nube) lo ha denominado Evgeny Morozov. Y en su formulación más castiza Luis Arroyo, presidente de la consultora Asesores de Comunicación Pública y autor de El poder político en escena (RBA), lo ha tachado de sofactivismo, activismo de sofá. Unos términos que reflejan las dudas sobre la efectividad de este tipo de movilización online, sobre la que algunos temen que alimente más el conformismo y la poltrona, y poco las dinámicas de cambio real.
En cualquier caso, al margen de la eficacia y los resultados obtenidos en la vida real por el ciberactivismo (no, no hablamos de hackers), la capacidad de difusión y concienciación a través de las redes sociales como nuevo canal parece evidente. "Cuánto más consigue el movimiento transmitir su mensaje en las redes de comunicación, mayor es la conciencia ciudadana, más se convierte la esfera pública de la comunicación en terreno de contestación y menor será la capacidad de los políticos para incorporar las reivindicaciones y demandas con meros ajustes", sostiene Manuel Castells. "La batalla definitiva por el cambio social se decide en las mentes de las personas y en este sentido los movimientos sociales en red han experimentado un gran avance a nivel internacional".
Twitter y la comunicación política
"Twitter no es una red social sino una herramienta de comunicación. Twitter es como la electricidad, uno puede utilizarlo como quiera. Todo el mundo lo emplea: las celebrities, las personas anónimas; y por todo tipo de razones: médicas, educativas, personales y políticas también. Twitter favorece la democracia directa. Es una revolución social y cultural que acerca a los ciudadanos al poder", ha llegado a decir Jack Dorsey, uno de los principales defensores de las bondades de Twitter y además... su creador en 2006. Son muchos los políticos que han encontrado en esta red de microblogging una plataforma para la comunicación más o menos directa con el ciudadano (Bien). Y muchos son también los que lo utilizan cada cuatro años como un mero canal de difusión de eslóganes que se desconecta tras las elecciones (Mal).
Barack Obama es el político estrella en Twitter: tiene más de 26 millones de seguidores, es autor del tuit más retuiteado de la historia (Four more years escribió la noche de su segunda victoria electoral), utiliza la red para presionar directamente a sus rivales republicanos para evitar el abismo fiscal… Toda una estrella y uno de los responsables de que se haya puesto de moda la llamada twitdiplomacia. Todo lo que toca Obama parece erigirse en una manifestación de la excelencia en la comunicación política (al menos para los profanos en la materia, gracias a la gran bola de nieve que alimentan los medios de comunicación) y, con ello, Twitter es considerado por muchos como una herramienta ya ineludible y con propiedades casi mágicas para el poder político.
"¿Por qué políticos, gobiernos y movimientos sociales deben estar en Twitter? La respuesta es sencilla: políticos y gobiernos a través de esta red pueden compartir, conversar, escuchar, reducir el tiempo de espera y crear una relación más directa con el ciudadano", apuntan María Jesús Fernández Torres y Francisco Javier Paniagua en uno de los textos que integran La comunicación política y las nuevas tecnologías (Los Libros de la Catarata). "A través de estos nuevos medios de comunicación 2.0 personas y partidos tienen en sus manos la posibilidad y el poder de informar e influir. El nuevo grito de guerra en la comunicación es escuchar, mantener una actitud 2.0 capaz de interesarse por las conversaciones de los electores", dicen Manuel Alonso y Ángel Adell en Marketing Político 2.0 (Gestión 2000 / Planeta). "Si los votantes piensan que has dejado de escuchar, estás hundido", sentencian los autores.
Roberto Rodríguez, director de Grupo Amma, y Daniel Ureña, socio director de MAS Consulting, publicaron hace unos meses el informe Diez razones para el uso de Twitter como herramienta en la comunicación política y electoral. Un decálogo de motivos que se resume en que Twitter aporta (todavía) imagen de modernidad; permite la conversación con el ciudadano; los usuarios son 'líderes de opinión' en sus entornos; es una herramienta de comunicación interna y genera continuidad; es ya el medio más pegado a la actualidad; es fuente de información para periodistas y una vía para mejorar la relación con ellos; ayuda los políticos a pensar y hablar en forma de titulares y así ser mejor portavoces; humaniza a los políticos y aumenta la empatía hacia ellos; es un termómetro social; y su uso puede ser útil en campaña aunque esté por ver si ayuda a ganar las elecciones.
Luis Arroyo, también consultor político, replicó en su blog personal al decálogo de Rodríguez y Ureña con Diez razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política, y unos días después completó la respuesta con Otras ocho razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política. "Twitter es un entretenido divertimento, pero no sirve en realidad para mucho en la comunicación de candidatos y gobiernos con el público", resume Arroyo. El consultor justifica su escepticismo, entre otros aspectos, en la imposibilidad de conversar con los seguidores si son muchos (¿puede hacerlo Obama con 26 millones de followers?) y al final el proceso sigue siendo unidireccional; en que Twitter sirve para compartir información pero no para movilizar, por lo que miles de tuits tienen menos efecto que un acción en el mundo real; en que Twitter tiene resonancia real solo cuando su contenido accede a los medios de comunicación tradicionales; en que los que siguen a un político ya están convencidos, a su favor o en su contra, pero convencidos previamente; en que tener una cuenta en Twitter no implica que se esté todo el día atendiéndola; en que, a pesar de su éxito popular, la inmensa mayoría de la población aún no está ahí...
Entre ciberutópicos y ciberescépticos aún existe un punto medio que reconoce las virtudes de las redes sociales para la participación y la expresión de ideas políticas pero que desconfía de dar por seguro que vayan a remover los cimientos del sistema de forma de definitiva. Si ninguna otra tecnología ha revolucionado de cabo a rabo la política ni ha llevado la democracia a todos los rincones del planeta, ¿por qué iba a hacerlo internet? Pero, si los ciudadanos no se valen de las redes sociales u otras nuevas tecnologías (también las que estén por llegar) para canalizar su indignación y sus ansias de cambio, ¿solo queda conformarnos?
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