PEKÍN — El caso del disidente chino Chen Guangcheng es una muestra del poder que poseen las autoridades locales en China y de las dificultades que pueden crearle al poder central de Pekín, que se encontró en los últimos días empantanado en una crisis diplomática con Estados Unidos.
Campeón de la lucha contra los abortos forzados, Chen, un abogado ciego, se refugió la semana pasada en la embajada de Estados Unidos, después de haberse fugado de su domicilio, donde estaba detenido desde hacía un año y medio.
Antes de la evasión, Chen grabó un mensaje dirigido al primer ministro chino, Wen Jiabao, pidiéndole respetuosamente que investigara la conducta de los funcionarios locales de la provincia, a los que acusó de corrupción. Esos funcionarios retenían por ejemplo una parte del salario de los guardias destinados a vigilar su casa, afirmó Chen en el vídeo difundido en internet después de ingresar en la embajada norteamericana, donde permaneció seis días.
Durante esa semana muy tensa entre China y Estados Unidos, el diplomático estadounidense Kurt Campbell estimó que "mucha gente en el gobierno chino piensa que Chen no fue tratado correctamente" por las autoridades de la provincia de Shandong (este). Se ignora en qué medida el poder central estaba al corriente del acoso y las brutalidades sufridos por Chen y su familia. En cualquier caso, la inercia desembocó en una crisis mayor.
Este domingo, Chen declaró, desde un hospital donde es tratado de varias heridas y contusiones causadas durante su fuga, que había pedido ayuda a las autoridades chinas para que le faciliten su salida del país. El disidente debe obtener una autorización de Pekín para estudiar en una universidad estadounidense.
En los últimos meses, varios casos de abusos de poder en las regiones alejadas de Pekín han puesto en apuros al gobierno central, que preconiza regularmente el respeto de la ley y la lucha contra la corrupción.
En diciembre, los habitantes de Wukan (sur) se enfrentaron abiertamente a los dirigentes locales, acusados de apropiarse de las tierras agrícolas. Al igual que Chen, los campesinos pedían ayuda al gobierno central, que finalmente les dio la razón parcialmente frente a los dirigentes locales.
"Las cosas se mueven en China. No es como en la época de Mao Tse-Tung, en la que el Partido Comunista controlaba todo", dice Li Datong, un observador muy escuchado de la sociedad china, ex jefe de redacción del diario China Youth Daily. "Con el alza del nivel de vida e internet, las voces y demandas son tantas que complican la situación" del gobierno cuando "se enfrenta a problemas sociales", dice Li Datong.
Algunos observadores piensan que esta situación le conviene al gobierno, que delega el acoso de los disidentes a las autoridades locales para esquivar así las críticas relativas a los derechos humanos.
En marzo, Bo Xilai, jefe del Partido Comunista de Chongqin, una ciudad de 30 millones de habitantes en el centro oeste de China, fue destituido por corrupción. Bo Xilai había sido acusado en varias ocasiones, pero sin consecuencias hasta el día en que su mano derecha, Wang Lijun, se refugió en el consulado norteamericano de Chengdu con una serie de documentos comprometedores.
"Gobernar es cada vez más complicado debido a que el poder central controla menos los gobiernos locales", destaca Joseph Cheng, experto sobre China en la City University de Hong Kong.
Siempre, desde la época de los emperadores, el poder central ha tenido dificultades para ejercer su autoridad en su vasto territorio. El dicho "las montañas son altas y el emperador está lejos", refleja la impunidad que tienen los dirigentes locales.
"La capacidad de gobernar del poder central es una de las principales inquietudes de Pekín, desde siempre", señala Nicholas Bequelin, especialista de China de la organización humanitaria Human Rights Watch. Los dirigentes "agravan el problema al neutralizar deliberadamente los mecanismos naturales de vigilancia como son la sociedad civil y una prensa y una justicia independientes", concluye Bequelin.
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