sábado, 30 de abril de 2016

El discreto encanto de la virtualidad...


A medida que van publicándose más análisis y extrayéndose más conclusiones sobre los datos robados y publicados del servicio de citas Ashley Madison, más vamos aprendiendo sobre las características de su indudablemente cuestionable servicio, pero también sobre la esencia de la mismísima naturaleza humana y su interacción con la tecnología. Más allá de tratar de hacer juicios de valor sobre la vida sexual de sus usuarios, a lo que invita realmente es a reflexionar sobre cuestiones mucho más complejas, como la búsqueda de la satisfacción a través de entornos fundamentalmente virtuales.
Una serie de análisis llevados a cabo por Gizmodo concluyen, como han hecho también otros, que por las razones que sean, su propuesta de valor centrada en la búsqueda de relaciones al margen de la pareja habitual (“Life is short. Have an affair.”) había seducido fundamentalmente a una base de usuarios abrumadoramente masculina. Un sesgo que, además, aparece expresado en el propio diseño de la plataforma: en un esquema abiertamente sexista que recuerda profundamente el de los locales de ocio en los que únicamente los hombres pagan pero las mujeres entran gratis, los usuarios masculinos de Ashley Madison tenían que abrir una cuenta de pago para poder contestar mensajes, pero los femeninos podían enviarlos gratis.
Tras ese primer análisis de Gizmodo en el que se revelaba el fortísimo desequilibrio entre usuarios masculinos y femeninos en la base de datos del servicio, y que de hecho, la gran mayoría de las usuarias parecían ser cuentas falsas que nunca habían hecho uso del servicio, la compañía publicó una nota oficial en la que declaraba que las conclusiones no eran reales, que había bastantes más mujeres utilizando su servicio, que el servicio no era una estafa, y que de hecho, estaba experimentando un fuerte crecimiento a partir de la publicación de los datos robados debido a la gran cantidad de personas que habían conocido sus servicios. Básicamente, tratar de refugiarse en la idea de “toda publicidad es buena publicidad“, como si el hecho de haberse dado a conocer que sus prácticas de seguridad eran un total y absoluto desastre no fuesen a disuadir a nadie que hipotéticamente se hubiese visto atraído por sus propuestas.
Pero la cuestión va aún más allá: un nuevo análisis de Gizmodo, de fascinante lectura, revela una conclusión interesantísima: no solo la presencia de mujeres en el servicio era presuntamente muy escasa, sino que además, muchas de esas supuestas mujeres eran en realidad bots creados por la compañía para incitar a los usuarios masculinos a abrir una cuenta de pago. Agentes programados, denominados internamenteengagers, diseñados para entablar conversaciones sencillas con hombres, con protocolos para registrar las interacciones y evitar la repetición, pensados para excitar a usuarios hasta el punto de estar dispuestos a pagar para poder continuar esas conversaciones. La enorme desigualdad en la interacción de los usuarios masculinos y femeninos no provenía, por tanto, únicamente de la ausencia de usuarios femeninos, sino del hecho de que Ashley Madison programaba a sus bots para entrar casi únicamente en contacto con hombres, que eran quienes pagaban.
Crear un servicio para que millones de hombres crean estar hablando con mujeres reales y paguen por ello no es poca cosa, y nos debería llevar a ciertas reflexiones. La primera parece clara: si alguien logró realmente abrir una cuenta en Ashley Madison y terminar teniendo una aventura sexual con una persona de carne y hueso, puede estar orgulloso de sus habilidades, porque incluso pensando que la primera idea de su fundador fuese facilitar ese tipo de encuentros, el servicio había devenido en algo completamente diferente. La segunda, lógicamente, está en pensar hasta qué punto está siendo infiel una persona que se limita a charlar a través de una pantalla ya no con una mujer… sino con un bot. Entre imaginarnos a los usuarios de Ashley Madison como esposos infieles saltando físicamente de cama en cama, y visualizarlos como ingenuos estafados que proporcionaban su número de tarjeta de crédito a cambio de poder mantener conversaciones con bots programados para simular mujeres deseosas de un encuentro, va una enorme distancia. De hecho, si muchos hombres fueron engañados por esos bots hasta el punto de entregar los datos de su tarjeta de crédito, ¿podemos interpretar que esos bots superaban el test de Turing? ¿O únicamente tenían que ser capaces de simular unos cuantos mensajes estandarizados que los hombres al otro lado interpretaban como procedentes de una mujer real?
Obviamente, no se trata de conclusiones absolutas, es más que posible que algunas de las conclusiones sean erróneas o que se basen en unos datos que reflejaban de manera mayoritaria esas interacciones con bots y no las interacciones reales que podrían presuntamente existir, pero no deja de ser un ejercicio mental interesante. Parece difícil pensar que una aplicación que estaba presente en más de cincuenta países y que había logrado ascender, según la propia compañía, hasta el número 14 en el ranking de ingresos, basase su actividad de manera mayoritaria en bots programados para simular mujeres en busca de una aventura, salvo que nos encontremos ante un fenómeno en el campo de la inteligencia artificial.
Por otro lado, que el servicio fuese en realidad una estafa mayúscula similar a la de aquella escena deMinority Report en la que los usuarios de una especie de salón recreativo se dedicaban a vivir aventuras completamente virtuales en las que participaban en una orgía o eran aclamados por multitudes aportaría toda una nueva perspectiva a la dimisión de su creador o a los casos de chantaje que algunos usuarios que aparecieron en la base de datos han comenzado a sufrir. Todo muy frívolo, sí, pero de nuevo: no es lo mismo que chantajeen a alguien porque estaba siendo físicamente infiel a su pareja en una habitación de hotel, frente a que lo hagan porque se dedicaba a chatear con bots frente a la pantalla de un ordenador. ¿O tal vez sí, y la infidelidad está ahí independientemente de lo físico? ¿Existe una “infidelidad virtual” como tal, reprochable en términos similares a la “infidelidad real”? Todo indica que algunos o muchos de los usuarios de Ashley Madison se habían limitado, en realidad, a poco más que a cruzar unos cuantos mensajes insinuantes con un bot, algo que los coloca más en el ámbito de quienes consumen porno o quienes juegan a un juego con algún componente sexual, más que a otras cosas que posiblemente sus parejas encontrarían más reprochables. ¿Cabría, por ejemplo, imaginar un servicio similar con dinámica de juego y destinado a satisfacer similares instintos?
En términos de interacción hombre-máquina, está claro que nos queda mucho por ver.

This article is also available in English in my Medium page, Ashley Madison: how much AI do you need to trick a horny man?

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