Por CHRISTINA BINKLEY
Cada prenda tiene una historia: una camiseta polo de US$155 es mucho más que un metro de tela, cuatro botones y un poco de hilo.
El diseño y confección de una camiseta polo de KP MacLane ofrece un vistazo poco frecuente a la planificación y las transacciones globales detrás de la ropa que viste la gente. Para empezar, existe una KP MacLane real, Katherine, quien fundó la marca con su esposo, Jared MacLane.
Los dos se conocieron cuando trabajaban como gerentes de venta en un local de la marca francesa Hermès en Beverly Hills. El par compartía una afición por las camisetas polo y sus armarios estaban llenos de versiones de Ralph Lauren, Hermès, Lacoste, J.Crew, Vineyard Vines y otras. Cuando el año pasado decidieron mudarse a Atlanta y lanzar su propia empresa, sus mentes se enfocaron en estas prendas. "Nos encantan las prendas clásicas", cuenta Katherine.
Una faceta notable de la industria de la moda es que las barreras para ingresar son bajas. Muchos diseñadores de renombre empezaron pequeño. Thakoon Panichgul vendió su primera colección atendiendo desde un recipiente de basura al revés en un depósito de Manhattan y Zac Posen lanzó su concepto desde la sala de sus padres.
Aunque eso da esperanza a los nuevos participantes, también genera un gran riesgo. Las tiendas están llenas de prendas de marcas que desaparecen demasiado rápido como para recordarlas. Sobresalir es un desafío.
No obstante, los MacLane creían que había una camiseta que todavía no se había fabricado: una que pudiera usarse en ocasiones tanto deportivas como en la oficina. Su concepto renunciaría a un logotipo para que la camiseta pudiera usarse con una chaqueta. La versión para mujeres tendría mangas ligeramente más largas y atractivas y una costura para los botones y ojales más larga.
"Simplemente quería poder mostrar mis joyas y tenerla abierta sin que fuera demasiado reveladora", dice Katherine.
La pareja planeó vender la camiseta de la misma forma en que vendió bienes de lujo: con un buen servicio al cliente y un empaque atractivo. Vendería inicialmente a través de Internet y luego al por mayor a tiendas. Los productos serían lanzados de forma individual, seguidos de un polo para hombres.
La realidad los despertó cuando empezaron a buscar una buena tela de algodón y botones de nácar. "Sabíamos por nuestra experiencia en Hermès que los mejores textiles vienen de Francia e Italia", explica Jared. Les tomó seis meses encontrar un proveedor de tela suave y con buena caída que estuviera libre de tintes y químicos potencialmente dañinos.
Los tejidos de algodón resultaron ser más firmes y más difíciles de teñir que algunas telas mezcladas, y un relieve que habían planeado se veía demasiado informal. Los precios del algodón se dispararon ante la escasez global del año pasado. Por lo tanto, decidieron usar una mezcla de algodón y modal que es suave al tacto, con una caída atractiva y buena absorción de colores. La tela, de una fábrica de París, costaba US$6,80 el metro, menos que los US$9 del tejido de algodón pero más que los US$5 de las mezclas que habían averiguado.
Sus planes para los botones finos también cambiaron. El botón de nácar costaba US$1 cada uno. Las muestras se rompieron con el uso y el lavado. Los MacLane estaban usando cuatro botones en lugar de dos (tres al frente, más uno de repuesto), lo que elevó el costo por camiseta. Encontraron un botón de plástico duradero con un brillo similar al del nácar por tres centavos de dólar la unidad. "Lo llamamos un enfoque práctico al lujo", dice Jared.
Hallar una fábrica para coser las camisetas fue todo un desafío. Los MacLane querían una en Estados Unidos. "Ha habido una gran cambio de tendencia hacia cosas que se producen localmente y queríamos ser parte de ella", cuenta Jared.
La primera fábrica que contactaron en Nueva York no quiso presentar una oferta. El dueño pensaba que tomarían sus modelos y muestras y los enviarían a China para su producción.
Hallaron una fábrica en Brooklyn dispuesta a hacer los patrones. En esta etapa, tuvieron que cambiar algunas costuras que se veían muy grandes por otras más finas.
A la hora de decidir la envoltura, les preocupaba que las cajas se convirtieran en desechos. Una tarde, Katherine sacó una bolsa de tela para ropa sucia en la que estaba guardando unas bufandas. Era del hotel en el cual se habían casado. "¿Qué tal si enviamos la camiseta en una bolsa de lavandería?", preguntó Katherine. La idea le pareció a su esposo brillante.
Hicieron varios intentos para bordar su logotipo, un pájaro colorido, en la bolsa de lino. Gracias a su experiencia en Hermès, sabían que Vietnam tenía buena reputación en bordados a mano, así que decidieron producir las bolsas allí, a un costo de US$3 cada una.
Las etiquetas son de una imprenta en las afueras de Atlanta y usan una cinta de una empresa de Texas.
Al final, el costo de los materiales y la mano de obra para cada camiseta sumó US$29,57. Esto les trajo a la mente el cinismo del dueño de la fábrica de Nueva York, quien había dicho que mandarían su trabajo a China. Descubrieron que las fábricas chinas podían producir camisetas similares —sin los materiales elegidos por los MacLane— por tan sólo US$1 o US$2.
Usando los estándares de la industria, fijaron el precio mayorista del polo para mujeres en US$65 y el minorista en US$155. Con las ganancias, los MacLane cubren sus sueldos y los gastos de producción.
Las camisetas terminadas son enviadas a su casa en Atlanta. La pareja se encarga de los pedidos diarios mientras cuida a su hijo de 10 meses. "Sabíamos cómo doblar", dice Katherine. "Al fin de cuentas, ambos trabajamos en Hermès".
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