“Los teléfonos no paran de sonar en busca de asesoramiento y orientación”, confió un prestigioso analista económico. Para otros la situación era bien diferente y consideraron que esta semana comenzó la cuenta regresiva del año electoral, con sorpresas poco agradables.
El decretazo que dispuso el aumento del número de representantes estatales en los directorios de las empresas donde el Estado posee tenencias accionarias en la proporción de esas participaciones, resultó un baño de realidad para muchos empresarios que durante los últimos años coquetearon con la administración Kirchner, merced a las formidables rentabilidades obtenidas con el modelo económico vigente.
“Nos tomó por sorpresa”, fue la lacónica respuesta de un empresario que horas antes del dictado del DNU había respaldado un documento corporativo en el cual se alababan las bondades del modelo y de la situación económica.
Esos mismos empresarios que hicieron pingües ganancias con el Estado durante esta década fueron los mismos que 24 horas después, lanzaban críticas al mismo gobierno que adularon.
En este absurdo parece enmarcarse el destino de la Argentina, por estas horas, con un gobierno que empieza a dar manotazos de ahogado para llegar a octubre, una oposición fragmentada a jirones, sin agenda y sin proyecto, una clase empresaria sin otras convicciones que la rentabilidad de su negocio, y una dirigencia sindical que amenaza con llevarse todo por delante.
Mientras tanto, la población queda a merced de estos intereses mezquinos, la inflación y el crimen que cruza a la Nación. Pero hay más señales de alarma. Mientras el ministro de Economía, Amado Boudou, lleva a la Asamblea Anual del Fondo Monetario Internacional el mensaje del gobierno argentino, plagado de lugares comunes y de críticas al organismo, los técnicos del FMI lanzaron severas advertencias de cara a los meses por venir.
Si bien de manera diplomática el director gerente del organismo, Dominique Strauss Khan, sostuvo que el Consenso de Washington estaba superado, las conclusiones a las que arribaron los técnicos convergen en los mismos postulados que los descriptos por John Williamson a fines de los ‘80.
Con la mira puesta en la inflación, el FMI recomendó tanto a los países ricos como a aquellos en vías de desarrollo mantener una férrea disciplina fiscal, un tipo de cambio competitivo, abrir el comercio para evitar la suba de precios de bienes y servicios, respetar los derechos de propiedad intelectual, fomentar las inversiones, disminuir el endeudamiento, optimizar el gasto en áreas muy necesarias, entre otras.
Un vistazo al decálogo del Consenso de Washington nos muestra los siguientes puntos: disciplina fiscal; reordenamiento de las prioridades del gasto público; reforma impositiva; liberalización de los tipos de interés; un tipo de cambio competitivo; liberalización del comercio internacional; liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas; privatización; desregulación; y derechos de propiedad
Las diferencias son semánticas y buscan sólo no irritar a la comunidad internacional. Por supuesto, para el gobierno argentino se trata de la liturgia del mismísimo demonio y una vez más hace caso omiso.
Sin embargo, el FMI apuntó a los países que tuvieron un gran crecimiento económico en los últimos años merced al formidable incremento en el precio de las materias primas y recomendó poner en orden las cuentas públicas puesto que el ciclo del boom de los commodities parece haber llegado a su fin.
Los gobiernos del G-8 consideran que una de las causas que motorizan la inflación es el incremento del precio del petróleo y los alimentos y no se van a convalidar ya mayores subas.
A esto se suman la suba de tasas en China, en Europa y el enorme recorte de gastos anunciado por Obama en 4 billones de dólares que verán reducida fuertemente la demanda.
Tal es la preocupación por la inflación que la medición del costo de vida incluyendo alimentos y energía, arroja una diferencia de 6 puntos porcentuales anuales en los Estados Unidos. A esta preocupación se sumó la recomendación realizada por la banca Goldman Sachs a sus clientes para vender sus posiciones en materias primas, al considerar que el ciclo de precios altos había terminado.
Con todo esto, China, el principal comprador de productos de soja de la Argentina, ya mira hacia otras latitudes, en un mercado de traders cada vez más concentrado y que compra productos en cualquier parte del planeta. ¿Por qué comprar entonces la soja en la Argentina?
La Argentina sólo continúa vendiendo a China forraje para sus rodeos, ni siquiera puede venderle animales en pie. De hecho, mientras la Argentina debe importar carne de cerdo para abastecer el mercado interno, los chinos planean ampliar sus piaras a unos 700 millones de porcinos. Esto podría llevar al absurdo de que la Argentina venda forraje para criar los rodeos chinos y luego tener que importar carne de cerdo de China.
Al mismo tiempo, Beijing mantiene paradas las importaciones de aceite y harina de soja desde octubre en represalia por la imposición de licencias no automáticas a importaciones chinas, dispuestas por el gobierno argentino para proteger a sectores harto ineficientes y que les permite vender sus productos en el mercado interno a precios más altos que en el mercado internacional. La diferencia entre vender porotos de soja y harina y aceite es unos 20 dólares por tonelada.
Todo esto pone de manifiesto no sólo un modelo exportador de la época colonial sino una economía sumamente dependiente de un producto con un precio tan volátil como de escaso valor estratégico. Y lo que es peor aún: todo el andamiaje fiscal y financiero está sentado sobre esta base tan frágil como efímera. A pesar de este contexto y este ambiente tan endeble, el gobierno argentino no admite que la fiesta se termina y mira hacia otro lado...

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