sábado, 9 de octubre de 2010

La dura predicción de Stiglitz. Por Daniel Muchnik

Aunque figuraba entre las hipótesis del desenlace hiela la sangre: pensar que España puede terminar como Argentina a fines del 2001, tal como lo pronostica Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía. No sólo por España, integrante privilegiado del mundo Euro hasta que eligió vivir por encima de sus posibilidades ingresando en la burbuja de consumo y dilapidación de recursos.

No, no es sólo por eso, por los engañados y los engañadores, sino por lo que representa diciembre de 2001 para nuestro país y el mundo. Naturalmente hay economistas más optimistas, que señalan que un fenómeno de esa naturaleza es imposible porque sería como tirar al sistema del Euro por la ventana. Todo está en el aire.

Argentina y aquel derrumbe son materia de estudio en universidades y centros de investigación en gran parte del planeta. Pero, los argentinos ¿tienen una memoria exacta de lo que pasó? y, ¿si Stiglitz no se equivoca, lo que le podría pasarle a España?.

Aquello fue la más grave crisis política y económica en varias generaciones de argentinos. En el cuatrienio que va desde 1999 a 2002, el Producto Bruto Interno retrocedió más del 20 por ciento El país mismo, sus reservas, su identidad, sus posibilidades, su ubicación en el mundo perdieron rumbo y sentido, todo se achicó con extrema rapidez.

La tasa de desempleo llegó al 17,8 por ciento frente al 14,7 de poco tiempo antes, descendió aceleradamente la participación de la masa salarial en

PBI, se expandió la pobreza y la indigencia. Se generaron problemas sociales de envergadura, algunos de los cuales no pudieron ser resueltos entonces y que aún perduran como una herida profunda que no logra cauterizar.

Un reciente trabajo en dos tomos publicado bajo la dirección de la Socióloga argentina y Doctora en Demografía, Susana Torrado, reconocida internacionalmente, desmenuza todos los ángulos posibles de las consecuencias derivadas de aquel diciembre trágico. El rostro social del ajuste se manifestó en el descenso de varios pisos en el funcionamiento de los servicios públicos, en las multiplicadas desigualdades de todo tipo, en la política provisional, en las posibilidades alimenticias, en el mayor deterioro de la vivienda, en el déficit educativo, en la estratificación ocupacional y en ese fantasma que se alojó en algunos sectores de la clase media, arrastrándolos al hundimiento y la pobreza. Todos esos malestares han sido tratados por los especialistas que condujo Torrado.

Quien crea que el crecimiento económico 2003 -2007 ayudó a resolver estructuralmente esa oscuridad social se equivoca. El incremento de la delincuencia y la inseguridad tiene bastante que ver con esa oscuridad. Porque los millones de jóvenes sin trabajo y sin educación que deambulan sin hacer nada, la fluidez con la que circulan las drogas de todo tipo de color, naturaleza y efecto colaboran en crear los riesgos.

En esa trama no están ausentes representantes de las fuerzas de seguridad, a los que se los ha acusado de complicidad en el delito. Hay otra consecuencia del derrumbe aquel que adquirió mayor dimensión y es, en muchísimos casos la falta de solidaridad y comprensión del prójimo. Un caso patético fue el ajusticiado Matías Berardi, de Campana, un adolescente que pidió auxilio en vano y nadie salió a defenderlo.

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